Cada 9 de julio, los argentinos conmemoran un hecho clave de su historia: la Declaración de la Independencia de 1816. A 209 años de aquel momento fundacional, es oportuno reflexionar no solo sobre los héroes visibles, como José de San Martín —uno de los grandes libertadores de América—, sino también sobre los entramados menos conocidos que acompañaron esos procesos emancipadores. Uno de ellos fue la masonería.

A pesar del secretismo que la rodea y de los mitos que ha generado a lo largo del tiempo, la masonería tuvo un papel importante —aunque muchas veces indirecto— en la difusión de las ideas ilustradas que nutrieron los movimientos independentistas de América Latina. El caso de Simón Bolívar, cuyo ingreso en la Logia de San Alejandro de Escocia en París está debidamente documentado, es tal vez el más claro. Si bien su acción política no estuvo estrictamente guiada por principios masónicos, su paso por estas sociedades lo conectó con redes intelectuales y políticas que influyeron en su formación y estrategia.
José de San Martín, por su parte, integró la Logia Lautaro, una sociedad secreta inspirada en la masonería que operó como plataforma de organización para los criollos decididos a romper con la corona española. Aunque no hay pruebas concluyentes de que San Martín haya sido masón en el sentido formal, su liderazgo en el cruce de los Andes y en las campañas por la independencia de Argentina, Chile y Perú lo vincula inevitablemente con ese espíritu libertario, fraternal y reformista que también animaba a las logias.

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La Logia Lautaro no solo articuló a hombres como San Martín y Bernardo O’Higgins, sino que operó como una red de colaboración regional para coordinar acciones revolucionarias desde Buenos Aires hasta Santiago de Chile. Más que una institución masónica tradicional, fue una herramienta de estrategia política, que adoptó símbolos y rituales propios de la masonería para fortalecer el compromiso y la lealtad entre sus miembros.
El investigador chileno Felipe del Solar, especialista en el tema, señala que si bien la masonería no fue la responsable directa de la independencia, sí brindó un modelo organizativo que permitió a las élites criollas tejer alianzas, intercambiar ideas y resistir al orden colonial. “No se puede decir que la masonería hizo la independencia, pero ayudó a que fuera irreversible”, resume el historiador.
Resulta significativo que mientras en el mundo anglosajón las logias florecían con naturalidad, en los dominios españoles eran clandestinas, perseguidas por la Inquisición y señaladas como peligrosas herejías. Paradójicamente, fue esa misma persecución la que potenció su poder simbólico y las convirtió en espacios de resistencia y construcción de futuro.
Hoy, cuando recordamos a los próceres que lucharon por la libertad, es importante rescatar también los hilos invisibles que unieron sus convicciones, sus contactos y su acción política. En ese tejido complejo, la masonería funcionó como una chispa en la oscuridad: no fue el fuego de la revolución, pero sí parte del combustible que ayudó a encenderla.
Fuente: BBC Mundo