PSICOLOGÍA: LOS SUEÑOS

Cada vez que despertamos, sea a mitad del sueño o luego de haber dormido plácidamente, recordamos, poco o mucho, si soñamos o no, y siempre con el anhelo de recordarlo o interpretarlo.

¿Podemos descifrar realmente lo que soñamos?

Hay sueños irracionales, otros que nos muestran desnudos, algunos premonitorios y otros que te quedan para siempre.

¿Hay un otro yo en el “más allá” que nos ayuda con nuestros problemas a través de los sueños?

Todo esto y mucho mas lo charlamos con el licenciado en psicología Juan Manuel Rondón en Patas Arriba con Rick Bustos.



Te dejamos el sueño de un anónimo que nos permitió compartirlo con ustedes:

Una mañana de febrero del año 2010 me desperté recordando una especie de sueño que no fue sueño, sino el regreso de un viaje verdadero o el recuerdo de un futuro que ya aconteció:

Estaba yo en un aula de escuela con personas que no conocía; los pupitres y sillas estaban arrimados a las paredes y el salón estaba despejado en el centro. Las personas estábamos paradas formando un círculo y no éramos muchos; entre 20 o 30; pero tenía la percepción de que esa era un aula de una escuela muy grande y que al mismo tiempo había muchas más aulas con personas disponiéndose a lo mismo, al mismo tiempo. Corría el año 2012, quizás porque ese año era una fecha marcada en nuestro inconsciente colectivo. No tuvimos demasiado tiempo a pensar qué estábamos haciendo allí, quiénes eran esas personas, ni siquiera de terminar de acomodarnos, porque flotaba en al aire una sensación compartida que podría llamarse “inminencia”; un momento culminante en el que todos estábamos esperando algo muy grande, sin saber qué era exactamente; sólo sabíamos que era de suma importancia y que era lo único que en verdad importaba. Se sentían varias emociones poderosas al mismo tiempo, tales como: intensidad, vértigo, incertidumbre, nervios y excitación. Como si estuviéramos al borde de un gran abismo. 

Hasta que en un momento que nos tomó por sorpresa, se empieza a oír un particular sonido agudo y vibratorio que nunca se había percibido antes y que parecía una suerte de máquina o turbina, que iba aumentando su intensidad, velocidad y agudeza. No era solamente un sonido sino una fuerza poderosa que a medida que se aceleraba, generaba una sensación totalmente extraña y nueva en el cuerpo. Se sentía en mis propias células, en los átomos que la componen, en sus núcleos y aún más profundo que sus núcleos, de una forma muy corporal y real, como si debajo de la piel cada porción de vida comenzara a agitarse y a vibrar cada vez más rápido, hasta un punto irreversible. Los primeros instantes la sensación podía generar un miedo muy grande ante la falta total de control de la experiencia; y puedo decir que ese momento es clave en el modo en que cada ser humano lo percibe. Pero si uno se entrega en absoluta fe sin pensarlo, esa sensación extraordinaria se empieza a convertir en gozo absoluto y gracia divina, hasta que llega un éxtasis indescifrable en el que los átomos estallan, literalmente, en luz. En ningún momento hay nada conocido como dolor de ninguna clase, no es una muerte física, no es una transmigración, no puedo identificar qué es porque resulta totalmente desconocido, indescriptible y nuevo. Sólo sé que toda la humanidad lo vivencia al mismo tiempo, como un evento altamente mágico y pareciera que desde fuera del mundo también hubiese testigos de este acontecer mayor. 

Luego del estallido de luz, aparezco flotando fuera de la tierra, en la galaxia, en el infinito, o no sé dónde exactamente porque no veo mi cuerpo. Me sigo auto percibiendo como una conciencia individual como siempre, que incluso tiene mi personalidad por así decirlo. Registro que sigo siendo yo misma, sólo que con una claridad y certeza notablemente amplificada, como si esa fuera una porción más grande y real de mí misma, y hasta ese momento mi experiencia terrenal me había permitido percibir sólo una parte de mí, aunque con la coherente paradoja de que así debía de ser. Simplemente floto, suavemente y como en cámara lenta, acunada por la nada y la totalidad. Y empiezo a ver cientos de miles de millones de lucecitas como estrellas, y percibo que también son conciencias individuales. Entonces como un niño de repente me doy cuenta que yo soy una de las tantas chispas de luz eterna, sin principio ni final, y que todos emanamos de la conciencia mayor infinita y del corazón de Dios. Percibo la unidad con la totalidad de una forma muy simple, cuya certeza genera una extraña paz que todo lo abarca y unifica. 

Abstraída en ese pensamiento, se me ocurre que si todas las luces somos iguales, cómo entonces podría identificar a una conciencia en particular, como por ejemplo la de mi madre en esta vida. Y entonces antes de que termine siquiera de formularme la pregunta, poso mi visión en una de las miles de millones de luces, que se ve muy pequeñita a lo lejos. Y con gozo y gracia descubro que ésa es la chispa eterna de mi madre, que al reconocerla me reconoce, que sigue teniendo su propia impronta y emanación, y que viene poco a poco hacia mí. La percepción de esos instantes en que ella viene a mí y yo voy a ella son como una preciosa y armónica danza sin tiempo. Hasta que nuestras dos chispas se unen, mientras giran y continúan danzando en la eternidad. Se percibe una gran alegría, expansión y potencia al unir dos conciencias individuales, que si bien se logran identificar una a la otra porque cada una tiene su esencia única, también es natural sentir que al mismo tiempo son una sola fuerza. Y en medio de ese gozo tengo la sensación de que así es con todas las chispas que se unen por juego cada vez que quieren y tantas veces quieren. Que todas forman parte de un concierto mayor y que la fuerza de la unidad es eternamente poderosa y pareciera cantarle al Dios único por siempre jamás. Luego siento una sensación que recuerdo en la tierra como la ironía y el acto de sonreír, ya que parece que se ha resuelto un gran enigma que en verdad era muy simple, porque todo en el universo y en la vida eterna es muy simple y verdadero y perfecto. 

Luego de esa experiencia, regreso de nuevo a la tierra, sin haberme olvidado de nada, como una continuidad muy natural en la que no existe el olvido ni la confusión y con la sensación de que jamás existieron; ya que la claridad y la simplicidad de todo lo que es, resulta tan natural como si nunca se hubiese perdido. Me encuentro en el mismo aula que antes, sólo que se percibe totalmente diferente. Y lo distinto es que en vez de estar mi visión “con los pies en la tierra” y viendo todo desde la altura de mis ojos como cuando uno porta un cuerpo, mi conciencia se encuentra “arriba”, y veo las cosas desde la altura del techo del aula. Al posar la visión a unos dos metros abajo, me veo a mí misma, quiero decir, a mi cuerpo físico, porque ahora la percepción normal de mi propio ser se encuentra en esa conciencia que flota y no en el vehículo físico. Entonces me doy cuenta con mucha alegría y entusiasmo, que comienza el maravilloso proceso de creación consciente otorgado como regalo por Dios, y que este comienza por cada uno a través de la nueva configuración física de cada vehículo de gloria. Lo que comienzo a hacer, sé que también lo están haciendo todos los otros humanos al mismo tiempo, aunque no los mire. 

Comienzo por la parte superior de mi cabeza, y me doy cuenta que tengo que decidir qué apariencia física se me ocurre darme a mí misma, entonces pienso: “En homenaje y gratitud al último cuerpo de vida física que porté antes del gran evento que me trajo hasta aquí, elijo verme exactamente igual a como se veía Fulanita“. Aquí menciono mis nombres de pila. Con solo pensarlo, el cabello queda del mismo color. 

Luego hago foco con la emanación de mi sentimiento – pensamiento en la zona de la frente, hacia el medio y más o menos encima de los ojos. Me doy cuenta que desde allí se percibe la claridad de todo lo que ha sido, de todo lo que es, y de todo lo que será. Tanto en lo personal como en lo colectivo, incluyendo el trayecto incontable de mi propio espíritu, como si no hubiese nunca ninguna cosa que nos quedara sin saber o sin revelarse, porque vamos eligiendo en plena conciencia y a cada tránsito, aquello que queremos experimentar, por el solo hecho de vivenciarlo por amor. No hay nada oculto y eso es natural. 

Después pongo el foco en la nariz, y recuerdo que en un pasado qua ya parece muy lejano, no me gustaba. Entonces pienso graciosamente: “¡Ahora que puedo tener la nariz que quiero… ¡ya no importa!”. Y la sola idea me hace estallar en risas y ternuras. 

Luego pongo el foco en la garganta, y exclamo con sorpresa y gran fuerza como si mi voz fuera la de una poderosa trompeta: “¡Este es el verbo creador, el origen de todos mis poemas!”. La percepción que tuve en un instante al pronunciar la frase, es que el sonido viajó fuera de tiempo hacia múltiples espacios y que su potencia se amplificó, resonó y repercutió en varios puntos de los universos, como si su esencia estuviese concentrada y su eco siguiera sonando, viajando y expandiéndose eternamente. 

Luego de este recuerdo, me desperté en la cama, sintiendo una sensación de vibración y escalofríos en el cuerpo y me quedé absorta y abstraída mirando el techo, supongo que por largo rato, hasta que pude volver poco a poco. Supe que no había soñado sino recordado un futuro que ya aconteció, y que sigue vibrando fuera de tiempo, a total disposición para que esta pequeña porción se vaya acercando a nuestra porción mayor, para unirse y no separarse jamás. En ese momento supe en lo más íntimo de mi corazón, a pesar de las dudas, incertidumbres y preguntas que tenía acerca de mi propósito y destino, que en verdad nada de lo que yo hiciera o dejase de hacer, fuera o dejase de ser en los años por venir, importaría realmente… O al menos no importaría como tal, sino sólo como posibilidad irrepetida de saborear al máximo posible cada instante de amor e intensidad, en este pequeño paso del tiempo que nos queda antes del magno acontecer de gloria que nuestras almas tanto anhelan…