En ADN Argentino – Música Nuestra: Raúl Barboza, el Embajador del Chamamé
Un grande. Primero autodidacta, luego discípulo de gigantes de la música argentina, vive en París desde 1987. Como Yupanqui y Piazzolla, desde esa base europea cautivó al planeta.
Piensa apenas un segundo y, con serena musicalidad, sostiene: “Leí una vez una frase muy linda, la dijo Nietzsche: ‘Si no hubiese existido la música, nuestra vida hubiera sido un error’. No encuentro mejores palabras para explicar qué es la música”.
A los 70 y pico, Raúl Barboza es un chamamecero de paladar negro, sutil, exquisito, que conquistó fanáticos en países tan diversos como Brasil y Rusia, China y Canadá, Italia y Japón, Cuba y Alemania. Hijo de un guitarrista de origen guaraní nacido en Curuzú Cuatiá, su primer acorde vital lo vocalizó en el Hospital Rivadavia y a los 8 –de bebé vivió en un conventillo de la Boca, y entonces estaba en Olivos– ya se había ganado el apodo de Raulito, el mago, por su destreza con el acordeón de dos hileras de botones.
No había, no hay, academia para aprender a tocar chamamé y se hizo autodidacta con ayuda de lujo: Damasio Esquivel. Después vinieron los posgrados en chacarera (le enseñó Adolfo Abalos), tango (Virgilio Expósito), armonía (Manolo Juárez). Fue el acordeón de la célebre primera version de la Misa Criolla de Ariel Ramírez, era reconocido por su arte, pero apenas lo llamaban para tocar en bailes. Y le costaba pagar el alquiler de su departamento a pasos del Obelisco. Por eso, este hombre que imita voces a la perfección, habla francés y portugués y es autor de decenas de temas, trabajó de taxista.
“No quería entrar en la música que se vende rápido”.
Claro: un día se sintió “sin fuerza para continuar acá”.
Llevaba 5 años de casado con Olga cuando decidió emigrar: en el 87 partió a París sin conocer a nadie. Pero tuvo padrino de lujo: Piazzolla lo recomendó con una carta que le abrió puertas. Sumaba más de 30 discos; desde entonces grabó una cantidad similar y tocó al lado de José Carreras, Cesária Évora y Paco de Lucía; y Peter Gabriel lo invitó a dos festivales Womad, en Londres y Seattle. Francia lo premió con el Charles Cros , que le dieron a Piazzolla, Yupanqui y Jairo, y elCaballero de las Artes y de las Letras . En la Argentina recibió el Konexy tres Atahualpa, por ejemplo .
También grabó con Yupanqui (amigo de joven de su padre), Mercedes Sosa, Zitarrosa, Eduardo Falú, Guarany, Isella, Gieco, y muchos más. En enero se presentó en Cosquín junto al Chango Spasiuk, vive en el Barrio Latino (se vuelve en dos semanas), y se declara una persona“libre, sin fronteras” .
¿Al chamamé también lo baila?
Yo bailo porque puedo mover los pies a ritmo. Pero prefiero expresarme con los sonidos.
¿Qué otras músicas lo emocionan?
Me emociono con el violín de Menuhin o de Isaac Stern, los más grandes violinistas. Pero también me emociona el violín de lata del wichi o del toba o del mocobí, o el kultrun del mapuche. Porque es su alma la que habla. Y amo la música de Vivaldi, la música de Piazzolla, la música de Pixinguinha, la de Gardel y las letras de Le Pera. Amo el canto y la vida longeva de Nelly Omar.
¿Qué busca al tocar?
Primero fui un tocador, un hombre que quería hacer bien las melodías, no equivocarse. Estudiaba, sí estudié. Pero luego poco a poco fui convirtiéndome en un músico. En ese ser que sabe contar una historia, que sabe contar un cuento, crear los espacios, crear la tensión y la atención del que está escuchando, que sabe pintar colores oscuros y colores fuertes y coloridos cuando cuenta. Yo ahora, con lo que hago, sé que mi instrumento está traduciendo mis emociones. Ya no necesito mostrar lo que sé, simplemente ofrezco lo que aprendí.
¿Qué emociones le interesa sacar afuera, en el escenario?
Las emociones uno no las elige. Uno puede pasar de una alegría a una tristeza en un instante. Pero la mano es el último movimiento que llega al instrumento. ¿Y de dónde viene? Viene desde millones de años, fue pasando de seres en seres, de tradición en tradición. Hasta que se instaló en un ser humano que tiene un nombre y un apellido (carraspea), y se instaló en su cerebro. Lo aprendió de sus ancestros, y está creando lo que la vida le transmitió en siglos.
Ahí hay sentimiento.
Todos tenemos sentimientos. Cuando uno tiene algo o alguien que ama, y ese alguien sufre, ahí nos damos cuenta que es muy importante saber amar. Saber estar al lado de la persona que necesita, escucharla sin dar ningún consejo, extenderle la mano, simplemente estar. Bueno, yo con mi música simplemente quiero estar.
Usted es un reconocido virtuoso. Pero… ¿comete errores al tocar?
Cometo muchos errores cuando estoy tocando. Pero yo me río, nunca me enojo. Porque uno con el tiempo adquiere tanta destreza que es como que tropezó: pega un salto y sigue caminando.
¿Qué cosas lo enojan?
La injusticia. La arrogancia. El racismo, el no comprender que los hombres somos iguales en la diferencia. Las burlas. Todo eso me hace daño.
¿Qué común denominador encontró en las audiencias de los distintos países donde actuó?
Silencio y respeto. Y curiosidad tal vez. ¿Qué representa el respeto?
¡Ahhh, el respeto! Para mí es sentir que un niño y un grande frente al universo representamos lo mismo. El niño es un hombre que está aprendiendo y el hombre grande tiene la obligación de enseñar lo que alguna vez ese niño sabrá, cuando él ya sea una parte del universo no visible.
¿Alguna cuenta pendiente?
Me hubiera gustado poder dirigir una orquesta sinfónica y poder crear sonidos. No pierdo la esperanza.
Pero tocó con ese nivel de orquestas, ¿no?
Sí he tocado con orquestas sinfónicas y es maravillosa la sensación. Pero yo doy las ideas, no sé escribir.
¿Su día perfecto cómo sería?
(se ríe) Un día perfecto es hoy que estoy hablando con usted, tomándome un mate, tocando el acordeón… La perfección para mí es saber que no somos perfectos nosotros. Y entonces uno anda bien. Yo ando bien.
¿Aprendió a pedir disculpas?
Sé pedir perdón. Sé disculparme. Trato de no gritar. Yo sé recular.
(A los 8 años casi se ahoga en el Tigre; a los 14 volcó con su papá, voló y se salvó igual; a los 20, un disparo accidental pegó en una pared a centímetros de su cabeza; a los 62 sufrió un infarto en Francia).
¿Ya le perdió el miedo a morir?
No tengo miedo de morir. Dios me ha salvado muchas veces de la muerte, o mejor dicho no me llevó. Llevó a un amigo que yo he querido mucho, jovencito, Él sabrá por qué ( NdR: Horacio Castillo, su guitarrista, murió en un accidente en la ruta en Rosario, en 2009). Yo sufrí mucho, mi mujer sufrió mucho, todos sufrimos mucho cuando se nos fue Horacito en la flor de la vida. Gran músico y ¡qué linda persona! A lo mejor hacía falta allá.
¿Le intriga saber qué hay “allá”?
Yo tengo la intranquilidad de cómo será el sabor de ese lado que yo voy a sorbetear dentro de un rato. Pero yo sé que va a ser rico.
¿Habrá música?
Nosotros somos música.
Entrevista de Luis Sartori