La vida de un prócer, el 17 de agosto de 1850 moría José de San Martín, el Libertador de América

Aquejado de viejos problemas gástricos, cataratas y reuma, el 17 de agosto de 1850 murió el Libertador Don José de San Martín.

A los 71 años, San Martín le confesaba al general Ramón Castilla, presidente del Perú, tener una salud enteramente arruinada y estar casi ciego por las cataratas, sin contar con sus problemas estomacales, que arrastraba desde los tiempos del cruce de los Andes. El clima frío y húmedo de la ciudad no ayudaba a su maltrecha salud.En París había consultado a varios oculistas, y todos le dieron el mismo diagnóstico, que sólo podrían operarlo cuando las cataratas madurasen, esto es, cuando ya no viera más. En 1849 se intentó una operación, que no tuvo los resultados esperados.Luego de un frustrado viaje al país en 1828, regresó a Bruselas. Cuando en Francia la revolución de julio de 1830 determinó la caída del borbón Carlos X y el ascenso al trono de Luis Felipe I de Orleans, se mudó a París, un poco por insistencia de su amigo Alejandro María Aguado..Por 1833 había intentado calmar sus dolencias con baños en Aix-les Bains. “Lejos de hacerme el bien que experimenté el año pasado y que me prometí al presente, me produjeron violentos ataques de nervios y me debilitaron al extremo de haber tenido que cumplir más de un mes en el regreso”, escribió.Para estar cerca de su amigo, adquirió una casa en Evry sur Seine, una comuna de unos 700 habitantes, a 40 kilómetros al sur de París.

A San Martín, le gustaba caminar por los jardines, pasear con sus nietas y cuidar de las flores, especialmente las dalias. Por las tardes tenía la costumbre de tomar mate con Aguado. A veces el poeta Florencio Balcarce, hermano de su yerno, se quedaba en la casa largas temporadas. Pasaba el tiempo limpiando sus pistolas y escopetas, que alternaba con trabajos de carpintería. Allí también lo visitaron Domingo F. Sarmiento y Juan Bautista Alberdi. “Lo esperaba más alto, lo creía un indio como tantas veces me lo habían pintado y no es más que un hombre de color moreno. Al ver el modo cómo se considera él mismo se diría que este hombre no había hecho nada de notable en el mundo, porque parece que él es el primero en creerlo así”, recordó el tucumano. Nuevamente, con la revolución de 1848, se mudó a Boulogne sur Mer, “para evitar el que mi familia volviese a presenciar las trágicas escenas que desde la revolución de febrero se han sucedido en París, resolví transportarla a este punto”. Para algunos, la idea original de San Martín era radicarse en Inglaterra o regresar a su casa de campo de Grand Bourg. Alquiló un segundo piso, con cinco habitaciones en la Gran Rue 105, en una vivienda que pertenecía a Adolphe Gerard, un abogado que además era el bibliotecario de la ciudad. Allí se mudó, para cuidarlo, su hija Mercedes con su esposo Mariano Balcarce y sus dos hijas. En la planta baja el dueño tenía su estudio y en el tercer piso vivía con su esposa y tres hijos. En junio de 1850 fue a tomar baños a las termas de Enghien-les-Bains, recomendados para el tratamiento del reuma. Félix Frías, que se lo encontró casualmente, lo vio totalmente lúcido, aunque un tanto melancólico, cuando hablaba de América, y encerrado en sí mismo. El 6 de agosto realizó su último paseo, y tuvieron que ayudarlo a descender del carruaje y a subir las escaleras de su casa, de lo extenuado que estaba. Ese 17 disimulaba sus ataques de dolor con una sonrisa frente a su hija, para que no se preocupase. Decía que “era la tempestad que lleva al puerto”. El médico insistía en que una Hermana de la Caridad podría cuidarlo y así aliviar un poco a su hija, pero Mercedes no quiso saber nada. Cuatro días antes, San Martín ya sufría de agudos dolores de estómago, que lograba calmar con opio, en dosis mayores a las recomendadas. Tuvo ataques febriles. Esa mañana su yerno partió a realizar un trámite. Al mediodía, el general almorzó, como hacía habitualmente. A las dos de la tarde, lo sorprendieron fuertes dolores de estómago. Estaba su médico Dr. Jordán, al que habían mandado llamar. En un primer momento, no le dio demasiada importancia al cuadro que presentaba su paciente, ya que eran ataques que ya había sufrido con anterioridad. San Martín, recostado en la cama de su hija, pidió ser llevado a su habitación. A las tres de la tarde, presintió el fin. Sintió una convulsión y con gestos, ya que casi no podía hablar, le pidió a su yerno que alejase a su hija, y falleció. La tradición cuenta que tanto su reloj de bolsillo como el que estaba en la sala, se pararon a esa misma hora. Fue velado durante el 18 y por la mañana se redactó el acta de defunción, que certificaba que San Martín, de 72 años, cinco meses y 23 días de edad, había fallecido el 17 a las tres de la tarde. Firmaron el acta Adolphe Gerard y Francisco Rosales, encargado de negocios de Chile. Ese mismo día fallecía Honoré de Balzac.

El 19 fue colocado en un féretro. El 20, a las 6 de la mañana el cortejo partió hacia la iglesia de San Nicolás. Acompañaban al carruaje con sus cuatro faroles encendidos y tapados con crespones negros. En San Nicolás hubo un rezo y partieron hacia la catedral, ubicada en la zona alta de la ciudad. Fue depositado en una de las bóvedas por indicación del abate Haffreingue. Sería provisoriamente, porque la intención fue la de cumplir el último deseo de San Martín, de reposar en Buenos Aires. En 1861 fueron trasladados al sepulcro que los Balcarce poseían en el cementerio de Brunoy. En esa ciudad, a 20 kilómetros de París, su yerno había comprado una mansión, el “Petit Chateau” que había pertenecido, entre otros, al conde de Provenza, hermano de Luis XVI y quien luego sería el rey Luis XVIII.En 1864 una ley cuya autoría fue de Adolfo Alsina y Martín Ruiz Moreno, autorizaba al gobierno a iniciar las gestiones para repatriar los restos. Habría que esperar otros 16 años, durante el fin de la presidencia de Nicolás Avellaneda, cuando el 28 de mayo de 1880 arribó el féretro de dos metros de largo por sesenta centímetros de altura con los restos del prócer. Sarmiento, quien lo había conocido en mayo de 1846 en Grand Bourg, encabezó la comisión de repatriación. Su cuerpo embalsamado estaba protegido por cuatro ataúdes, dos de plomo, uno de abeto y otro de roble. En la nave central de la Catedral, se realizó un oficio religioso y luego fue depositado en la cripta de los Canónigos, hasta que estuviera listo el sepulcro, que se construía dónde estaba el altar de Nuestra Señora de la Paz.San Martín no descansa en la parte superior del monumento, compuesto por una urna negra. El féretro fue acomodado inclinado, y su cabeza está a la altura de los visitantes. La lámpara votiva, en el frente de la Catedral, fue proyectada y construida en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Desde 1933, el 17 de agosto se declaró Día de San Martín, pero no era feriado. El decreto establecía suspender durante cinco minutos las tareas en reparticiones públicas y que el día anterior se brindasen conferencias sobre su personalidad y su obra en las escuelas.

El 24 de octubre de 1909, en el boulevard Saint Beauve, se inauguró en Boulogne sur Mer una estatua ecuestre, la primera en Europa en su homenaje.No se sabe cómo el monumento salió ileso de los devastadores bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial, ya que en esa ciudad los alemanes habían instalado una base de submarinos. El 15 de junio de 1944 fue uno de las peores jornadas: se arrojaron 1200 toneladas de bombas, lo que provocó la desaparición de barrios enteros. Sin embargo, el monumento, salvo marcas de esquirlas, no sufrió daños. Por años se habló del milagro de la estatua del general, aquel que se sumía en la melancolía cuando hablaba de América, que seguramente le traía muchos recuerdos, de los buenos y también de los amargos.