De qué forma el ejercicio físico puede impulsar la salud cerebral y cognitiva

Los beneficios que brinda la actividad física a la salud mental, pero también al organismo, son ampliamente conocidos y, casi a diario, se detectan nuevos puntos positivos del entrenamiento.

Un estudio realizado por científicos del Centro de Ciencias Neurales de la Universidad de Nueva York advirtió que realizar ejercicio mejora la función cerebral y cognitiva.

Según Wendy Suzuki, quienes “realizaron una hora de ejercicio vigoroso (50 minutos de ejercicio vigoroso en bicicleta con un calentamiento y un enfriamiento de cinco minutos) y luego tomaron una batería de ejercicios cognitivos” demostraron que una sola sesión de esta actividad “mejora considerablemente la función cerebral, y esa mejora dura hasta dos horas”.

El estudio evidenció que las personas que se habían ejercitado en bicicleta mostraban “puntajes notablemente mejores en las pruebas de función de su corteza prefrontal”, en comparación con aquellos que solo se quedaron mirando un capítulo de una serie. Y advirtió que “esta función mejorada duró entre menos media hora y hasta dos horas”.

La periodista Minda Zetlin resumió este trabajo en la revista norteamericano INC e indicó que estas mejoras se evidenciaron en “la corteza prefrontal, que es la parte del cerebro que maneja el razonamiento, la resolución de problemas, el aprendizaje, la memoria, las habilidades de comunicación y otras tareas que son esenciales”.

Un año más tarde, según narra la autora de “Autocuidado profesional: encuentre su felicidad, éxito y satisfacción en el trabajo”, Suzuki realizó una versión “en el mundo real” e impulsó a que algunos de sus estudiantes de neurociencias de la Universidad de Nueva York tomaran “una clase semanal de IntenSati, un ejercicio cardiovascular que incorpora movimientos de baile y kickboxing, yoga y afirmaciones”.

Los resultados fueron similares: “Incluso haciendo ejercicio solo una vez a la semana, los estudiantes habían mejorado los tiempos de reacción y tenían un rendimiento académico consistentemente sólido a lo largo del semestre” a diferencia de quienes no practicaban estos ejercicios, que “veían disminuir su rendimiento con el tiempo”.

Según explicó Suzuki, ella fue la primera que advirtió estas mejoras cuando comenzó a realizar esta actividad física de forma regular. “Pude recordar cosas más rápido. Me di cuenta de que mi cerebro estaba mejor al hacer más ejercicio”, dijo a Washington Square News, y resaltó que “el ejercicio es algo que, cuando le dedicas tiempo, te dará tiempo cuando comiences a trabajar”.

El médico deportólogo y cardiólogo Jorge Franchella (MN 44396), director del Consejo de Cardiología del Ejercicio de la Sociedad Argentina de Cardiología, explicó: “Ya es histórico que la actividad física es capaz de mejorar otras funciones, como por ejemplo la cerebral. También, desde hace años, se empezó a hablar del efecto que podía tener el mejorar, a través de la actividad física, funciones como la mejor utilización del oxígeno. Ello se fue afianzando a través de muchos estudios y hay pruebas, hoy, que esto que llamamos potencia aeróbica es capaz de correlacionarse con una mejor capacidad de atención, concentración y, también, resistencia a la fatiga. Es decir, con el hecho de poder concentrarse durante más tiempo y cometer menos errores gracias a mejorar la resistencia, la concentración y la atención”.  

En ese tono, el doctor Matías Baldoncini (MN 135985), médico neurocirujano de la Facultad de Medicina de la UBA y director del Laboratorio de Neuroanatomía Microquirúrgica, UBA, agregó: “El ejercicio promueve el flujo sanguíneo hacia el cerebro, lo cual aumenta el suministro de oxígeno y nutrientes al tejido neuronal. Esto puede mejorar la función cognitiva, incluyendo la memoria, la atención y el rendimiento ejecutivo”.

“El ejercicio físico además estimula la producción de factores de crecimiento en el cerebro, como el factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF, por sus siglas en inglés), que promueve la formación de nuevas células cerebrales y conexiones neuronales. Esto puede beneficiar el aprendizaje y la plasticidad cerebral. Además, el ejercicio físico libera endorfinas, neurotransmisores que generan sensaciones de bienestar y reducen el estrés. Incluso, puede aumentar los niveles de serotonina y dopamina en el cerebro, los cuales están asociados con el estado de ánimo positivo”.

El médico neurólogo Vladimiro Sinay (MN 92843), jefe del área de enfermedades desmielinizantes de Fundación Favaloro e INECO, detalló: “En los últimos años se comenzó a investigar las bases neurobiológicas de los cambios producidos en el cerebro por la actividad física. Se publicaron diversos estudios donde se sometían a un grupo de ratas, en un modelo experimental, a daño neurológico por cuprizona”.

“Una vez efectuado este procedimiento, se las dividían en dos subgrupos: uno de ellos hacía actividad física con ruedas de correr, al otro se lo colocó en un ambiente restringiendo sus movimientos. Cuando se analizaron los cerebros de ambos grupos se vio que aquellos que realizaban actividad física tenían mejores y una mayor cantidad de oligodendrocitos (células que producen la mielina), mucho menor lesión de los axones de las neuronas, menor activación de microglia (células que se alteran ante la inflamación y perpetúan el daño cerebral) y menor cantidad de cicatrices generada por astrocitos”.

“En otro estudio, también en animales, se vio que los oxiesteroles disminuyen con el ejercicio y esto genera que disminuya los procesos inflamatorios cerebrales y aumenten factores protectores como el BDNF (Brain Derived, Neurotrophic Factor) – detalló el experto – Posteriormente estos hallazgos fueron replicados en humanos viendo que las neurotrofinas y el BDNF aumentaban en individuos que realizaban actividad física sistemática. Del mismo modo, también se vio en otros experimentos que el ejercicio rutinario mejora el perfil del sistema inmune, haciendo que se comporte de forma adecuada sin generar procesos autoinmunes”.

Según Sinay, “se demostró con estudios de resonancia magnética funcional que el entrenamiento mejora la conectividad de las redes neuronales y por consiguiente su funcionalidad. Esta mejora se veía en el grupo de individuos que hacían ejercicio aeróbico comparando con aquellos que únicamente realizaban elongación. Pero para robustecer estos hallazgos se vio que pacientes con esclerosis múltiple que no hacían ejercicio sufrían una disminución de su volumen cerebral total más veloz que aquellos que hacían actividad física de rutina a lo largo del tiempo”. “Incluso, se compararon los pacientes con sujetos sanos, y se vio también que la pérdida de volumen cerebral normal (envejecimiento) era menor si los individuos hacían gimnasia también”.

Franchella destacó sobre este punto que: “Desde hace unos años se empezó a conocer, también, el efecto sobre estructuras cerebrales y su función. Entonces, por ejemplo, lograron ver el efecto de la actividad física con un solo estímulo agudo del ejercicio, pero también el efecto crónico, que sería el entrenamiento. Es por eso que este trabajo es especialmente interesante porque, con un solo estímulo, ya se obtienen mejores puntajes. Para nosotros ambas cosas son muy importante: el efecto a corto plazo, pero también a largo, porque a veces se consigue con estímulos iguales o a veces con estímulos incluso menores, pero prolongados en el tiempo, lo cual va a tener un efecto y un impacto más duradero”.

Para Baldoncini, la importancia de este avance también radica en la zona donde se evidenciaron estas mejoras. “La corteza prefrontal es una región del cerebro ubicada en el lóbulo frontal, desempeñando un papel crucial en la cognición, la toma de decisiones, la planificación, el control de impulsos y el comportamiento social. Está relacionada con habilidades cognitivas superiores, como la organización, la atención selectiva y la flexibilidad mental; además ayuda a establecer metas, formular estrategias y controlar y supervisar la conducta para lograr esas metas. Y está vinculada con la memoria de trabajo, que es la capacidad de mantener y manipular temporalmente la información en la mente para realizar tareas cognitivas complejas. Es decir que es fundamental para el razonamiento, la resolución de problemas y el aprendizaje”, señaló.

“El lóbulo frontal y las funciones cognitivas radicadas en él son claves para el comportamiento social y de planificación. La atención, las funciones ejecutivas (que nos permiten organizar procedimientos), el control inhibitorio de los impulsos (indispensable para tomar decisiones adecuadas) y la empatía son funciones muy desarrolladas en el homo sapiens y es probablemente el lóbulo frontal quien haya permitido la cognición social moldeando al hombre desde la revolución neolítica hasta la sociedad actual”, agregó Sinay.

“Es interesante notar que no era sólo el oxígeno quien provocaba esas mejorías, sino que hoy se sabe que el ejercicio también produce beneficios en una serie de sustancias, como son las citoquinas, que están en nuestra sangre y circulación, y en una serie de actividades que no son sólo cerebrales. Por ejemplo, también sabemos que se libera leptina del tejido graso y actúa sobre nuestro apetito. La grelina, liberada por el estómago con el ejercicio, también es capaz de reducir el apetito. Pero, además, hay sustancias vinculadas el corazón, que se llaman mioquinas y son citoquinas musculares. De modo que hemos encontrado que la actividad física es capaz de beneficiar una serie de situaciones de todo el organismo”, Franchella.

En palabras del deportólogo y cardiólogo, además de sus beneficios ya identificados en la rehabilitación cardiovascular en personas con un corazón debilitado, en el cerebro “se han visto muchísimas actividades y zonas, que ya las identificó la medicina, que la actividad física es capaz de mejorar”.

“Cualquier situación que sea capaz de mejorar funciones de la corteza prefrontal puede mejorar una serie de funciones que están conectadas con la concentración, la atención, la memoria, la inteligencia y otras que están muy vinculadas al mundo moderno”, resaltó Franchella.

El impacto positivo de la actividad física en el organismo y la salud mental es innegable y la ciencia, día a día, lo refuerza con diversos estudios.

Sinay explicó: “Estos son beneficios directos de la actividad física sobre el cerebro ya demostrados. Sin embargo, aún no hablamos de las comorbilidades: la hipertensión, la diabetes, la dislipemia. Desde hace años se comprobó que el ejercicio también puede colaborar en su control. Sin dudas, el cerebro, como todo órgano del cuerpo, está nutrido y oxigenado por arterias. El daño vascular generado por factores de riesgo también produce daño en las arterias cerebrales con un impacto cognitivo asociado”.

Al tiempo que resaltó que, “sin dudas, a la fecha, todos los neurólogos recomendamos cambios de hábitos saludables al igual que hace años lo hacen los cardiólogos y clínicos para mejorar la protección y la funcionalidad del órgano que estudiamos”.

Baldoncini añadió: “No solo mejora el rendimiento de nuestro cerebro. Es importante la realización de actividad física porque también mejora el rendimiento cardiovascular, la capacidad de nuestros pulmones y la resistencia muscular”.

Y Franchella, concluyó: “La actividad física tiene una gran correlación en el efecto que puede tener a nivel cerebral, pero sabemos que tiene una serie de actividades, que hoy conocemos a través de las mioquinas, de la citoquinas, de las sustancias que se liberan durante la actividad física; que tienen que ver con la concentración, la atención, la memoria, la sensación de serenidad, la felicidad, el manejo del estrés. Pero que también se vinculan con el manejo de funciones de otros órganos, ya que dentro de la zona del cerebro tenemos la regulación de otros aspectos de nuestro cuerpo. Me parece muy interesante que se plantee como el comienzo de una serie de alternativas que se suman a las que puedan ser diagnósticos de enfermedades y de medicamentos”.