En tiempos de hiperconexión, la “infoxicación” se ha convertido en uno de los males más urgentes y silenciosos de nuestra sociedad. Aunque el término fue acuñado hace más de tres décadas por el consultor catalán Alfons Cornella, hoy cobra una relevancia inusitada en medio del caos informativo que reina en redes sociales, plataformas digitales y medios de comunicación.

Cornella definió la infoxicación como el exceso de información que enfrentamos a diario, muchas veces sin filtros ni jerarquización. Es decir, “estar siempre on”, recibiendo cientos de datos sin poder procesarlos. Esto no solo genera ansiedad y fatiga mental, sino que dificulta distinguir entre información veraz y contenido falso, abriendo la puerta a una de las amenazas más graves del presente: la desinformación.
Infoxicación y desinformación: un círculo vicioso
El Informe de Riesgos Globales 2025 del Foro Económico Mundial volvió a incluir la desinformación como uno de los principales desafíos para la estabilidad social y política mundial. Según Mark Elsner, director de la Iniciativa de Riesgos Globales, la desinformación “no opera de forma aislada: es un catalizador que exacerba otros riesgos, como la polarización y la desconfianza en las instituciones”.
Y aquí es donde el vínculo con la infoxicación se vuelve evidente. Ambas se retroalimentan: la desinformación se propaga más fácilmente cuando hay saturación informativa, y el exceso de datos confusos o irrelevantes abre camino a creencias erróneas, bulos y discursos de odio.

¿Por qué seguimos confiando en redes sociales?
Pese a ser conscientes de los riesgos, muchos usuarios siguen consumiendo y compartiendo contenido desde redes sociales sin verificarlo. ¿Por qué? Algunas explicaciones pasan por el deseo de pertenecer, el sesgo de confirmación, la facilidad de acceso o incluso el componente adictivo de los “likes” y comentarios. Las redes generan pequeñas descargas de dopamina, reforzando un circuito de gratificación que dificulta desconectarse.
La solución está en la alfabetización mediática
En este escenario, la educación mediática y digital se vuelve esencial. Aprender a verificar fuentes, chequear noticias antes de compartir, seguir a periodistas y expertos con credibilidad, y filtrar el contenido que consumimos ya no es opcional, es urgente.
Estas habilidades deben enseñarse desde la escuela, pero también promoverse en adultos. Existen herramientas de verificación, como fact-checkers, extensiones de navegador y funciones de control de contenido en redes, que pueden ayudar a reducir la exposición a desinformación.
De infoxicación a pensamiento crítico
La infoxicación no es solo un problema individual, sino una amenaza colectiva. Su impacto va desde el agotamiento mental hasta la erosión del debate público, la democracia y la cohesión social. En una época donde los datos circulan más rápido que nunca, no alcanza con estar informados: hay que saber interpretar y cuestionar.
En definitiva, transformar la infoxicación en conocimiento útil es el gran reto de esta era. Un reto que requiere educación, reflexión, y una nueva ética digital. Porque si no aprendemos a filtrar, otros filtrarán la realidad por nosotros.
Fuente: Noticiaspositivas.org