El mercurio, un metal presente naturalmente en el medio ambiente, se ha convertido en un riesgo silencioso en nuestra alimentación, especialmente a través del consumo de ciertos pescados. La contaminación por mercurio se intensifica debido a actividades humanas como la minería, la quema de carbón y la industria, que liberan este metal tóxico al agua, donde se transforma en metilmercurio.

Este compuesto se acumula en la cadena alimentaria acuática, concentrándose en los peces más grandes y longevos, como el atún (especialmente el rojo y el “claro”), pez espada, tiburón, lucio y marlín. Estos pescados presentan niveles elevados de mercurio, que pueden ser perjudiciales para la salud, especialmente para el sistema nervioso central.
Los efectos del metilmercurio incluyen daño neurológico, problemas de memoria y atención, trastornos del desarrollo en bebés y un aumento del riesgo cardiovascular. Estudios recientes realizados en mayo de 2025 alertaron que peces de agua dulce en América Latina superan los límites seguros establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Para reducir el riesgo sin dejar de disfrutar de los beneficios nutricionales del pescado, los expertos recomiendan optar por especies pequeñas y de ciclo corto, como sardina, caballa, salmón, merluza y anchoa. También sugieren preferir productos frescos o “al natural” en lugar de conservas en aceite y limitar el consumo de grandes depredadores a no más de una vez por semana.
Especial atención deben prestar embarazadas, madres en lactancia y niños, quienes deberían consultar con profesionales de la salud sobre su consumo. Además, es importante leer etiquetas con cuidado, ya que términos como “atún claro” pueden ocultar variedades con altos niveles de mercurio.
Elegir con conciencia puede marcar la diferencia para proteger la salud y disfrutar de una alimentación más segura.
Fuente: Bioguia.com