Las lluvias de verano se sienten mucho antes de que empiecen a caer las primeras gotas. Los más nostálgicos afirman que existe y les despierta recuerdos; los detractores lo refutan, y sostienen que no es cierto.
La ciencia estudió el fenómeno con cámaras de alta velocidad y descubrió cosas sorprendentes: ¿qué pasa cuando una gota de lluvia golpea la tierra? “Se derrama como en una copa de champán”, dicen. La Naturaleza es la madre de la poesía.
“Olor a lluvia”, probablemente sea una de las fragancias que más emociones y recuerdos genere. La infancia, la casa familiar, las vacaciones, la tierra mojada, los padres, la casa de los abuelos… todo eso cabe dentro de la memoria olfativa.
Esa predicción del “olor a lluvia” se vincula con una inminente tormenta. Una vez que llega el aguacero, el olor a lluvia da paso al “olor a tierra mojada” y se siente alivio, bienestar.
Para la Real Academia Española (RAE), la palabra que más se asemeja a esta percepción es “petricor”. El término fue acuñado por los científicos Isabel Joy Bear y Richard Thomas en el año 1964 en la revista Nature. Sin bien la palabra “petricor” aún no fue recogida en el Diccionario de la Lengua Española, ya están considerando una propuesta de incorporarla.
La pregunta que nos hacemos es si ¿existe el olor a lluvia? El agua de lluvia, en realidad, no huele a nada. El “olor a lluvia” se origina a partir de la combinación de aceites liberados por las plantas durante períodos de sequía y bacterias presentes en el suelo. La combinación de ambos da origen a la geosmina. Estos aceites y bacterias atrapan diminutas burbujas de aire que contienen los productos químicos de la superficie. Estas burbujas rebotan en el aire, explotan y liberan aerosoles que llevan consigo las esencias de la geosmina y el “petricor”.
Investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts afirmaron en 2015 que la fragancia asociada a la lluvia surge tras un mecanismo que comienza cuando una gota de lluvia golpea una superficie porosa y atrapa pequeñas burbujas de aire en el punto de contacto. Los científicos descubrieron, utilizando cámaras de alta velocidad que, como en una copa de champán, las burbujas se disparan hacia arriba y finalmente estallan en forma de aerosoles.
Los investigadores sospechan que en ambientes naturales, los aerosoles pueden transportar elementos aromáticos, junto con bacterias y virus almacenados en el suelo. Estos aerosoles pueden liberarse durante lluvias ligeras o moderadas y luego propagarse mediante ráfagas de viento.
Otro interrogante es por qué nos gusta el olor a lluvia y según expertos, los olores activan una conexión neuronal en el cerebro tan rápido como lo hacen, por ejemplo, las emociones. El olfato está conectado directamente con las áreas del cerebro encargadas del desarrollo y la gestión de los estados emocionales. Así, es posible que el reconocimiento de ciertos perfumes active zonas del cerebro con estructuras antiguas.
Desde la antropología aseguran que el furor por el “olor a lluvia” se debe a una cuestión ancestral y evolutiva. Este aroma, anticipaba el fin de la sequía y con la llegada de las precipitaciones las chances de supervivencia aumentaban, gracias a que el agua es una bendición para los cultivos.